Siempre ha habido muchas razones para que los inversores prudentes se mantengan alejados de los mercados de criptomonedas. La más obvia son las estafas rampantes, continuas y ampliamente publicitadas.
Éstas contribuyen a episodios de volatilidad salvaje que han llevado a todo el mercado a desplomarse más del 80% en numerosas ocasiones.
También está la precaria situación legal de las criptomonedas: el último gran repunte del Bitcoin, la mayor divisa digital, es uno de los activos con mejor rendimiento de la última década, eclipsando fácilmente al oro y al S&P. Su precio ha pasado de 325 dólares en enero de 2015 a su máximo a principios de este año, lo que supone una subida de aproximadamente 300 veces.
Para entender cómo un criptoactivo podría contar como blue chip -un término que se utiliza en bolsa para referirse a las acciones de empresas sólidas y estables- es útil comprender que cada blockchain -como cada empresa- viene con una narrativa que explica por qué es valioso y probablemente seguirá siéndolo.
En el caso de Bitcoin, la narrativa es intuitiva y fácil de explicar. La criptomoneda original es un depósito de valor para los inversores a largo plazo – «HODLers» en la jerga de las criptomonedas- que confían en que el valor de Bitcoin, cuya oferta está limitada a 21 millones de monedas, no se verá afectado por gobiernos derrochadores o bancos centrales que imprimen dinero. Es similar al papel que desempeña el oro en algunas carteras. El estatus de Bitcoin como «oro digital» no ha hecho más que crecer a medida que más empresas e incluso Estados-nación lo han incorporado a sus balances. Estados Unidos se convirtió en el último de ellos cuando el presidente Trump anunció la creación de una reserva estratégica de Bitcoin.









